Despedida a Déborah Eguren
Rosana Malaneschii
Llovía esta mañana, bien temprano. Ya
no. Dejó de llover mientras caminaba. Destino: Carlos Sicco. El
mismo sitio de otras veces, el mismo calor humano en la sala
velatoria y las voces que, oídas desde fuera, son, al entrar van siendo, plano
de fondo. Cajón cerrado, coronas, cuadernillo mortuorio, caras
cansadas... lo que describo es un velorio. Pregunto a alguien, para mí
nadie, si hay algún familiar, me señalan a la madre. La saludo. Le
digo cuánto siento la muerte de Déborah. Le digo cuánto, en mi
opinión, importaba Déborah para la literatura. Le digo, tal vez,
por qué la extrañaremos. Ella no era exactamente mi amiga, en el
sentido más cabal de la palabra. Aunque compartimos distintos
momentos, no nos conocíamos tanto y, sin embargo, su muerte me es
difícil de aceptar y me apena. Joven para morir, eso era. Tanto para
hacer, porque tanto hacía. Pienso, mientras vuelvo, caminante por el
día tan de lluvias, en el próximo amanecer soleado y enseguida me
digo que ella no estará.
Ella. Si tuviese que decirla en una
frase diría: fue una mujer que encontró la habitación propia, aquella que Virginia Woolf quería. La encontró o supo
construírsela. Y en esa habitación escribía, leía, preparaba sus
recitales, sus clases. Buscaría ser ella misma, cultivar su estilo,
mantener en alto lo importante. Profesora de Literatura, egresada del
IPA, medalla de plata de su generación, tallerista, hacedora de
recitales poéticos, persona que amaba la palabra y la daba a manos
llenas. La recuerdo en sus recitales. Recuerdo su calidez, la de su
voz y su sonrisa. Era persona que podía generar momentos. De ellos
nutría a los espectadores. Podría decirse que su arte era generar
momentos y en ellos recitaba sobre la vida, la muerte, la soledad, el
amor, la pérdida. Una poesía sobre el sentir humano de la vida.
La recuerdo diciendo hay que vivir
ahora, mañana... quién sabe. La recuerdo en el recinto carcelario,
adonde fue invitada por Zona poema. Leyendo, intercambiando con las
detenidas. Zona poema tiene, también, un afiche de un poema suyo que
resultara seleccionado en el festival del 2010/2011. Alguien ya dijo la soledad es un amigo que no está. La muerte de
Déborah Eguren me deja más sola, pero no solo a mí sino a todos.
Ya no nos veremos más. Ella no está. Nos deja cada uno sabrá qué,
pero también sus textos y cierro esta breve despedida con los versos
finales de un poema escrito por ella ( Hospital, 2007 o
antes), extraídos de Las elecciones afectivas
.....
Una
mariposa tatuada como placa de metal
corta el aire de alas negras
oxígeno a la espera
sonido de piedra muerta
perímetro controlado área limitada
las puertas vaivén
vaivén la vida
vaivén la muerte
vaivén vaivén
la muerte
la vida
corta el aire de alas negras
oxígeno a la espera
sonido de piedra muerta
perímetro controlado área limitada
las puertas vaivén
vaivén la vida
vaivén la muerte
vaivén vaivén
la muerte
la vida